Un cuento: Canü y la seda
Esta es una historia que sucedió hace muchísimo tiempo en algún recóndito lugar de la antigua China.
Es la historia de Canü, de su familia y de un caballo.
Esta historia sucedió en cierto momento entre el 2436 a.C. y el 2366 a.C. Estamos en la antigua China, cuando uno de los cinco emperadores míticos chinos, Di Ku, también conocido como Gāoxīn Shì, 高辛氏, gobernaba.
Para aquel tiempo, un feliz matrimonio vivía junto con su hermosa hija, Canü, en algún lugar de la remota China. Su vida transcurría llena de feliz armonía, pensando en que nada podría quebrantar aquella paz tan maravillosa. Desconocían, sin embargo, que todo aquello estaba a punto de romperse por la avaricia de unos bandidos con sed de dinero.
Un día, el padre, mientras estaba fuera, fue secuestrado. Cuando la madre de Canü vio al caballo regresar sin su amo se supuso lo peor. Al principio no quería admitirlo. “¿Por qué a nosotros?”, se preguntaba una y otra vez. Finalmente, tuvo que aceptar las evidencias y, aún sabiendo el dolor que causaría a su amada hija, no le quedó más remedio que contárselo. Como la madre supuso, Canü quedó sumida en una profunda tristeza.
El transcurrir de los días era un suplicio para todos. Ante la ausencia de noticias que pudiesen traer algo de esperanza a la familia, la pobre hija pasaba día y noche llena de pena. La esposa, y a la vez madre, además de anhelar a su marido, sufría por Canü.
Dispuesta a todo, la mujer hizo el juramento de dar la mano de su hija a quien pudiese traer a su marido de vuelta y con vida. Desgraciadamente, los días pasaban y todo seguía igual. Una noche, el caballo se escapó y a los días, ante el asombro de todos, el padre apareció junto con el animal.
Por supuesto, la alegría fue inmensa. Lo celebraron por todo lo alto.
El caballo, por otro lado, no dejaba de estar inquieto; relinchaba y daba coces constantemente. El amo no terminaba de comprender el extraño comportamiento de su animal por lo que le preguntó a su mujer quien terminó confesando la promesa que hizo. El hombre sintió que todo le quemaba por dentro. Estaba fuera de sí. Inmediatamente, el caballo fue ejecutado, desollado y descuartizado. No contento con lo que acababa de hacer, tomó la piel del animal y la puso a secar.
Canü, ajena a todo ello, pasó justo al lado del último resto que aún quedaba del pobre caballo. De repente, la joven fue envuelta por la piel que echó a volar con ella hasta una morera cercana convirtiendo a Canü en un gusano de seda.
Y así, Canü llegó a ser la diosa protectora de la seda y de las moreras siendo muy respetada por el pueblo chino.